Práctica II. Autobiografía lectora y audiovisual
Hola, ¡me llamo Rosa! Mi madre, Hortensia, bajo la orden de
mi abuela, Dalia, decidió que nuestros nombres representaran tradiciones
“enraizadas”.
Sin embargo, durante el confinamiento sentí cómo el tiempo
prolongado deshojaba cada uno de mis estímulos personales, como si de pétalos
se tratase. Mi padre, Juan (sí, lo sé, ¡qué nombre tan aburrido!), consideraba
que el confinamiento era como una permanente víspera de Halloween.
Por el anterior motivo, acudí a películas como Un cadáver
a los postres (1976) de Robert Moore. ¡Es descabellada! (si
aparece Truman Capote, hay que verla). Con ello, este clásico en blanco y negro
produjo que disfrutara de horas de suspense con grandes diálogos de humor
absurdo. Es imprescindible para reír a carcajadas y cuestionarse quién es el
asesino desde la mira de ocho detectives que desmontan tópicos. ¡Necesitaba
sentirme como en una narrativa de Agatha Christie! Porque, ¿acaso no actuamos
todos/as como detectives que especulaban acerca del origen y los síntomas del
COVID-19?
Además, en mi selección de clásicos, disfruté de nuevo con Las
brujas de Eastwick (1987) de George Miller. Me apasiona que tres
mujeres solitarias realicen un hechizo para invocar al hombre perfecto, pero,
en realidad, darán la bienvenida a Satanás. Cómica e inquietante, la aconsejo
para todos aquellos que sueñen con el hombre perfecto y, por consiguiente, ¡para
que no aparezca!
Ahora, una de mis mayores distracciones fue releer Carta
de una desconocida, de Stefan Zweig. Adoro esta novela de amor que acaba
con los convencionalismos a los que estamos acostumbrados. Sí, esta delicada
narrativa es para todos aquellos que han sufrido por amor o que,
conscientemente, siguen haciéndolo.
Sí, en un mundo cubierto
por el tecnicolor y los estímulos constantes, durante el confinamiento solo
pude respirar el arte clásico para sentirme una Audrey Hepburn milénica. Me
cegué por la gama de emociones diarias sin dejar de protagonizar un clásico en
el interior de una pantalla en blanco y negro. Hoy, en honor a los que no
siguen con nosotros, debemos reivindicar como Escarlata O’Hara y pasear
descubriendo nuevas sendas como Judy Garland.
Por tanto, en el
confinamiento sufrí, a nivel emocional, un enorme fracaso en taquilla. Pero,
oye, soy Rosa, hija de Hortensia y nieta de Dalia. Yo no he nacido para actuar
en cortometrajes ni para pensar dentro de una sociedad que ama como si de
plagiar se tratara. ¡Vivamos y amemos antes de que “The End” aparezca en
pantalla!
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